Erase una vez una empresa de primera línea que producía bienes de gran consumo, cuya red de distribución, si bien en un inicio había respondido a un posicionamiento específico de su producto, una vez alcanzado este, era claramente precaria para llegar de forma ágil y práctica a sus consumidores.
El que mandaba en aquella empresa, hombre audaz, con buen olfato y oído fino, tardó poco en darse cuenta de que este hecho le estaba perjudicando, no sólo ante sus clientes, sino ante posibles futuros compradores. El punto era tal, que sus competidores ya lo utilizaban como herramienta en su contra.